Sociedad de contribuciones

Sociedad de contribuciones

Sociedad de contribuciones

Por Luis Wertman Zaslav

Dar para recibir. Esa es la tesis central de contribuir como personas para que las cosas que nos afectan se solucionen. No hay una sociedad que pueda avanzar si la mayoría piensa que otros son los responsables de hacer lo que nos corresponde a todos. Es, por llamarla de alguna manera, una sociedad de contribuciones. Y ninguna es menor o poco importante.

Pedimos, exigimos y demandamos muchas cosas como ciudadanos y eso está bien. Pero no olvidemos que la mejor forma de conducirnos como sociedad es actuar de manera corresponsable y hacer lo que nos toca en cualquier situación que nos involucra. 

Cuando una comunidad aporta lo que tiene, no solo lo que puede permitirse, activa una condición de auténtica solidaridad y envía un mensaje poderoso a todas y a todos los integrantes de que la mayoría está dispuesta a compartir su bienestar para que los demás también se encuentren bien. 

Existen muchos ejemplos de la convicción de un grupo de personas “para no dejar a nadie atrás” y que todos podamos avanzar, de preferencia, a un mismo paso. No siempre es posible por diversas razones, pero sí se pueden establecer las oportunidades necesarias para que cada quien llegue a su turno en el tiempo que le tome recorrer el camino; idéntico a una carrera deportiva de relevos. Si vimos alguna en los recientes Juegos Olímpicos podremos observar que la velocidad es un factor determinante; sin embargo, los elementos que deciden los lugares en el podio son la coordinación y la capacidad para remontar. Un equipo puede haber estado a la cabeza durante la mayor parte de las etapas, pero si una sola o un solo miembro del equipo recupera el tiempo perdido, puede cambiar el resultado.

De una u otra forma, todas las sociedades son de contribuciones, aunque las más eficientes son aquellas en las que estas se hacen por convencimiento. Todos tenemos que poner de nuestra parte si queremos ver beneficios generales y, en ocasiones, esta contribución debe ser obligatoria. La llamamos “impuestos”, porque si no se denominarían “opcionales” y no tendríamos la recaudación económica necesaria para los servicios públicos. Los impuestos, dice un refrán, es lo único seguro que hay en la vida, además de la muerte. En ciertas coyunturas hablamos de “cuotas extraordinarias” o de “fondos de emergencia”. 

Pero las contribuciones sociales incluyen tiempo, trabajo colectivo, delegación de tareas y comportamientos cívicos comunes que derivan en normas que la mayoría avala y, por lo tanto, hacen hábitos que todos seguimos. No parece tan difícil, pero organizarnos para contribuir es un trabajo civil constante. Participar cada tres y cada seis años en la emisión de un voto es de suma relevancia, pero es solo una parte de lo que significa ser ciudadano en este cambio de época. Reflejar nuestra decisión en una consulta es la última forma de democracia, solo que hay muchos espacios en los que la ciudadanía tiene que tomar decisiones cotidianas que pueden resolver muchos de sus problemas. Una sociedad que mejora sus condiciones de vida es también una sociedad que aporta, desde cada persona, para el bienestar general, durante el mayor tiempo. 

Saber si estamos aportando lo que nos corresponde es fácil. Basta con responder algunas preguntas: ¿cuánto tiempo le dedicas a resolver los problemas de tu vecindario? ¿Cómo podrías ayudar a que las personas a tu alrededor vivan mejor? ¿Te involucras solo cuando algo te afecta a ti o a tu familia? 

La solidaridad verdadera es la que logra que los miembros de una comunidad pongan en la mesa de todos lo que se necesita para resolver y para prosperar. Sin regatear o ponerle peros.  El bienestar de la mayoría se construye con lo que cada uno de nosotros sabe hacer mejor que los demás y lo aporta para que el rédito sea suficiente para todos. Es como si quisiéramos construir una casa y cada vecino trae una herramienta en la que es hábil para juntos edificar de los cimientos al techo.

Ninguna sociedad puede sola al momento en el que necesita solucionar lo que la afecta, pero tampoco un gobierno o una institución puede lograrlo sin el apoyo de su sociedad. Es un esfuerzo compartido, con los mismos objetivos y con los mismos compromisos.

Si alguien piensa que, desde el lugar en que se encuentra, no podría contribuir mucho, se equivoca. En una sociedad inteligente todas y todos tenemos un papel que nadie más puede tomar para que las cosas cambien para bien.

Sin embargo, hay que estar conscientes de que tenemos la obligación civil de aportar y muy pocas veces esto representa recursos económicos. Es dedicar nuestra atención, nuestras habilidades, nuestra voluntad, a trabajar para los demás en la medida en que podemos hacerlo. Cuando hablamos de una sociedad, no hay nada mejor que dar lo que nos corresponde para que nuestros hábitos y comportamientos ciudadanos sean los que se requieren para vivir bien.

 

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