Las buenas ideas no son suficientes

Las buenas ideas no son suficientes

Las buenas ideas no son suficientes

Por Luis Wertman Zaslav 

Somos la única especie que imagina y que convierte lo que imagina en pensamientos. Ninguna otra que habita en el planeta parece hacerlo de forma simultánea. Este proceso, que nos permite visualizar lo que todavía no existe y llevarlo a cabo, es la razón por la que hemos podido prevalecer y cambiar el entorno natural a nuestro favor. Un pensamiento con buena dirección puede transformarse en una gran idea.

Sin embargo, aunque todas y todos tenemos ideas a lo largo de un día, son pocas las que terminamos haciendo realidad. Son muchos los factores que lo explican, pero uno recurrente es no distinguir entre pensamientos, ideas y acciones.

Pensar es un ejercicio muy recomendable que debemos practicar todo el tiempo, solo que tener muchos pensamientos no garantiza producir ideas. Y menos, buenas ideas. Ese es un proceso más complejo, porque una idea surge de la observación y del análisis de un problema para tratar de encontrar una solución. Implica elaborar escenarios en nuestra mente, estudiar opciones, contemplar riesgos y tratar de pronosticar otros resultados posibles. Entre mejor es la idea, nuestros pensamientos son más amplios.

Pero ninguna idea cambia algo, si no se traduce en acción y se hace realidad. Nuestros pensamientos son capaces de divagar por todo un universo, solo que en algún momento tienen que aterrizar en ideas que tengan un inicio y un final, con muchos pasos en medio que puedan medirse, porque aquello que no se mide, no se puede mejorar. Podríamos decir que una idea a medias es solo un pensamiento un poco más extenso y que una mala idea, bueno, es uno al que le ha faltado atención y tiempo.

Existen muchas historias sobre cómo surgen las ideas. Los griegos, por ejemplo, les atribuyeron a las musas, nueve hijas del dios Zeus y Mnemósine, la inspiración para las creaciones artísticas. Arquímedes gritó ¡eureka! (lo descubrí) cuando estaba metiéndose a una tina y vio que el agua escurría, lo que para él explicaba cómo medir el volumen de un cuerpo irregular; un hallazgo que transformó la ciencia (también se dice que de la alegría salió corriendo desnudo a la calle, pero dudo que haya pensado demasiado en ello). Isaac Newton habría recibido una manzana en la cabeza para redondear sus teorías sobre las leyes de la física; siendo posiblemente la de la gravedad la de mayor importancia para el mundo.

 

Puede que haya una chispa que ilumina a las grandes mentes humanas y con eso baste para que comiencen a surgir ideas que modificarán nuestra realidad. El único detalle que se queda fuera de estos bendecidos instantes es que después vienen muchas horas y días de trabajo arduo.

Tal vez por eso los pensamientos y las ideas son más sencillos de producir que las acciones que los construyen en la realidad. No obstante, la única manera de forjar una sociedad mejor es realizar cualquier idea que pueda ayudarnos a prosperar.

Estoy seguro de que muchos humanos pensaron en la rueda y en sus aplicaciones. Igual a varios que quedaron asombrados por el fuego que provocó un rayo al impactar en un árbol. Pero solo unos cuantos le dedicaron tiempo a consolidar ambos descubrimientos y, gracias a ellos, los demás estamos aquí.

Nuestra tarea como personas y como ciudadanos es aportar la colaboración necesaria para fomentar nuevas maneras de resolver los problemas y obstáculos que afectan nuestra vida cotidiana. También el insistir en que se lleven a cabo y no queden archivadas por falta de visión o miedo al fracaso. Ningún avance tecnológico ha sido producto que magia o solo de la verbalización de una idea, por muy original que esta fuera.

Una sociedad inteligente cuenta con las condiciones para promover el pensamiento (bibliotecas, información, datos, herramientas tecnológicas accesibles, educación de calidad), impulsar la creatividad que es fuente de ideas y tomar los riesgos que siempre representa la innovación.

 

La mayoría de las veces las sociedades critican una idea antes de analizarla a fondo, no sin antes ponerla en duda. Debemos reconocer que también somos una especie a la que le gusta la comodidad y como otros mamíferos le desagrada la incertidumbre. Sin embargo, recordemos que ya hemos vivido épocas en las que ha sido más fácil dejarnos conducir por ciertos pensamientos y no por la curiosidad que da paso a las ideas y a su mejor aplicación que es la ciencia. Una de ellas fue particularmente mala. Algunos historiadores le llaman Edad Media y otros, simplemente, oscurantismo; un periodo en el que estuvimos a punto de perder uno de los activos más valiosos como humanidad: la voluntad de pensar una realidad diferente.

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