Ética para todos los días

Ética para todos los días

Ética para todos los días

Por Luis Wertman Zaslav

Winston Churchill dijo alguna vez que de nada servía hacer el mejor esfuerzo, si no se hacía lo necesario para resolver un problema. Es posible que ahí se encuentre la diferencia entre la ética y la bondad. La primera es una virtud que nos obliga a actuar y la segunda puede guiarnos toda una vida sin que eso signifique que estamos dando los pasos que logran un cambio personal o social. Claro que debemos ser  bondadosos siempre, pero siguiendo esos principios que se reflejan en nuestro proceder.

Mi abuelo, mucho más práctico, hacía la misma división, preguntando acerca de lo que alguien era capaz, o no. “Ya sé, respondía, que, por lo que me dices, esta persona es buena; ahora lo que quiero saber es si actuará correctamente”. 

La ética se confunde con facilidad con la amabilidad o con los buenos modales, y no son lo mismo. Actuar con ética es practicar en cualquier situación los principios que nos acercan a la mejor versión de nosotros mismos.

Esta confusión ha sido una de las causas por las que “las buenas maneras” pueden disfrazar los peores defectos e intereses. Guiarse por principios y por valores pone límites claros que nunca estaríamos dispuestos a cruzar, porque negaría la personalidad que hemos construido con años de práctica y de educación.

Y el valor que nutre más a la ética es la congruencia. Hacer lo que se dice tiene efectos poderosos en todo lo que nos rodea. Además, nos hace confiables, otra virtud que tiene aplicaciones prácticas tan importantes que, cuando es débil en una sociedad, es la peor enfermedad que podemos padecer.

Durante mucho tiempo, nos acostumbramos a que el fin justificaba los medios, porque la opinión social, y personal, era más relevante que vivir con consciencia de nuestros actos. Luego, preferimos la simulación, mientras esta no afectara el estatus que ocupábamos en una comunidad que podía decir que hacía, aunque no se movilizara.

Sin embargo, en diferentes momentos, particularmente en los que surgió un desastre natural, aprovechamos para reflejar ese buen proceder que es la base de la ética. Cuando es necesario, se ha escrito muchas veces, somos una sociedad solidaria, confiable, activa y generosa.

Creo que hoy somos ciudadanos que, al menos, sabemos lo que deseamos y rechazamos para nuestra sociedad. Habrá matices y puntos de vista, pero en lo sustancial estamos de acuerdo sobre lo que no queremos repetir y los pasos que debemos dar todos los días para continuar creciendo.

La ética se practica, porque provoca resultados. Es la virtud práctica que está por encima de las mejores intenciones (de las que se dice que está pavimentado el infierno). Es pasar de los dichos a los hechos y, en suma, es el fundamento de una sociedad corresponsable que no deja a otras instituciones lo que le toca solucionar.

Medir a una sociedad por su bondad podría ser un buen indicador, sobre todo cuando se busca la paz y la tranquilidad; pero una escala mejor sería medirla por la cantidad de personas que actúan con ética de manera cotidiana. Hacer lo correcto es bueno; ser bueno, significa hacer lo correcto en cualquier circunstancia.

El legado más importante que podemos dejarle a los nuestros y a la sociedad a la que pertenecemos es comportarnos con ética en todos los actos que llevamos a cabo, desde que abrimos los ojos por la mañana y hasta que conciliamos el sueño.

¿Cómo saber si estamos viviendo con ética? Fácil. Porque tenemos la consciencia tranquila por una certeza:  que hicimos lo que era necesario para mejorar las condiciones de vida de la mayoría de los que nos rodean, sin negar nuestros principios, ni traicionar nuestros valores.

Cuando hacemos eso nunca será inútil cualquier esfuerzo; sin embargo, la misión se cumple hasta que logramos la meta de ser una sociedad inteligente, en la que sobresale la ética por encima de la apariencia y de una posible bondad que podría quedarse en intenciones, pero no en realidades.

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